Este hotel ha sido durante años uno de mis favoritos en la Ciudad de México, especialmente por su inmejorable ubicación en el corazón del centro histórico. Sin embargo, en mis últimas visitas, me ha entristecido notar un claro deterioro en el nivel de servicio. Desde la llegada a recepción, se ha perdido esa cálida bienvenida que tanto lo caracterizaba cuando abrió sus puertas. El equipo se percibe distante, y la interacción se siente fría y mecánica.
En esta ocasión me ofrecieron un upgrade, asignándome una habitación en el primer piso, muy cercana al restaurante. Lamentablemente, durante la noche se escuchaban claramente conversaciones y risas del personal nocturno, y por la mañana, el ruido del montaje para el desayuno hizo imposible descansar adecuadamente.
Creo que después de esta experiencia, es momento de explorar nuevas opciones en la ciudad, donde la lealtad del huésped sea valorada como antes.